viernes, 6 de diciembre de 2013

Derecho a la pereza, Paul Lafargue 1880

En El Derecho a la Pereza, el autor hace una defensa del sueño de la abundancia y el goce, de la liberación de la esclavitud del trabajo empleando la paradoja como figura retórica para mejor explicar la doctrina marxista entre la clase obrera de su tiempo. Escrito como una refutación a El Derecho al Trabajo (Louis Blanc, 1848) Lafargue defiende que el trabajo es el resultado de una imposición del capitalismo, contrariamente a la idea tradicional de reivindicación obrera y lo contrapone a los derechos de la pereza, más acordes con los instintos de la naturaleza humana, con los que se alcanzarían los derechos al bienestar y la culminación de la revolución social.

Lafargue analiza las consecuencias de la crisis de superproducción que consideraba inevitable en el sistema económico burgués, y que se manifestarían por la ruina de los capitalistas, el paro y la miseriadelostrabajadores. En un estadio previo, Lafargue considera y critica conceptos como el del sobreconsumo, la existencia de una clase doméstica de consumidores improductivos o la creación de necesidades y mercados ficticios con los que el sistema capitalista facilitaría la salida y reducción de vida útil de los productos.

Lafargue propone reducir las jornadas laborales a 3 horas como máximo y mejorar el poder adquisitivo de la clase trabajadora como soluciones a las crisis de superproducción periódicas, pero oponiéndose al interés capitalista por el beneficio económico y apuntaba como ejemplo las políticas realizadas entonces en Inglaterra y Estados Unidos en favor del maquinismo.

Sin embargo, para Lafargue, el maquinismo o la introducción de las máquinas en un sistema capitalista podría generalizar el paro y la miseria, mientras que en el triunfo revolucionario, representaría el instrumento básico para trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo más posible.

"Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad. Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda del trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole".

"En vez de reaccionar contra tal aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas, han sacro-santificado el trabajo".

"Hombres ciegos y de limitada inteligencia han querido ser más sabios que su Dios; hombres débiles y despreciables, han querido rehabilitar lo que su Dios había maldecido".

"En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica. Comparad los purasangre de los establos de los Rothschild, servidos por una legión de bímanos, con las pesadas bestias normandas, que aran la tierra, acarrean el abono y transportan la cosecha a los graneros. Mirad al noble salvaje que los misioneros del comercio y comerciantes de la religión no han corrompido aún con sus doctrinas, la sífilis y el dogma del trabajo, y mírese a continuación a nuestros miserables sirvientes de las máquinas".

"Los trabajadores, al cooperar con la acumulacion de capitales productivos, contribuyen por si mismos al acontecimiento que, tarde o temprano, debera privarlos de una parte de sus salarios".

"Si la clase obrera, tras arrancar de su corazón el vicio que la domina y que envilece su naturaleza, se levantara con toda su fuerza, no para reclamar los Derechos del Hombre (que no son más que los derechos de la explotación capitalista), no para reclamar el Derecho al Trabajo (que no es más que el derecho a la miseria), sino para forjar una ley de bronce que prohibiera a todos los hombres trabajar más de tres horas por día, la Tierra, la vieja Tierra, estremecida de alegría, sentiría brincar en ella un nuevo universo... ¿Pero cómo pedir a un proletariado corrompido por la moral capitalista que tome una resolución viril?"

No hay comentarios:

Publicar un comentario