Si tuviera que elegir la 'idea' que más daño ha hecho a las personas citaría, sin duda alguna, aquella utópica proclama de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en la que se menciona, entre los derechos inalienables del hombre, «la búsqueda de la felicidad» (the pursuit of happiness). La idea que subyace en la proclama es especialmente malvada, pues debe notarse que no consagra el 'derecho a la felicidad' (que sería un pronunciamiento vacuo o descaradamente cínico), sino a su 'búsqueda', que es tanto como introducir en la vida un veneno y una desazón constantes, como la propia elección del término pursuit sugiere. La gente, sin embargo, suele repetir que tiene un ilusorio 'derecho a ser feliz' (algo tan absurdo como decir que se tiene derecho a ser listo o a gustar a las mujeres), donde se prueba la capacidad de sugestión que tiene la malvada proclama, que lo único que 'consagra' es el derecho a tirarse toda la vida como un zascandil detrás de una entelequia, como Aquiles se tiraba toda la vida detrás de la tortuga, en la paradoja de Zenón de Elea.
No intentaremos aquí definir un término tan brumoso como felicidad, que en su acepción moderna tiene además un inequívoco tufillo azufroso. Nos interesa mucho más el sentido del sintagma 'derecho a la búsqueda de la felicidad', que vendría a ser algo así como un sedicente derecho a elaborar un proyecto vital que nos permita aproximarnos lo máximo posible a un ideal que previamente hemos concebido; y que, por supuesto, será un ideal quimérico, dado el elevado concepto que tenemos sobre nosotros mismos. El 'derecho a la búsqueda de la felicidad' sería, en definitiva, el derecho a confeccionar nuestra biografía al margen de la realidad y al dictado de nuestros deseos y apetencias; y siempre, por supuesto, considerando que nos merecemos mucho más de lo que tenemos. ¡Derecho a soñar!, diría un sensiblero. Y, empachados de sueños y sensiblerías, malogramos nuestras vidas.
Creo que no hay ningún daño comparable al que ocasiona este quimérico 'derecho a la búsqueda de la felicidad', que es el disfraz engatusador bajo el que se oculta -llenándonos la cabeza de pájaros- la condena perpetua a la infelicidad.
No intentaremos aquí definir un término tan brumoso como felicidad, que en su acepción moderna tiene además un inequívoco tufillo azufroso. Nos interesa mucho más el sentido del sintagma 'derecho a la búsqueda de la felicidad', que vendría a ser algo así como un sedicente derecho a elaborar un proyecto vital que nos permita aproximarnos lo máximo posible a un ideal que previamente hemos concebido; y que, por supuesto, será un ideal quimérico, dado el elevado concepto que tenemos sobre nosotros mismos. El 'derecho a la búsqueda de la felicidad' sería, en definitiva, el derecho a confeccionar nuestra biografía al margen de la realidad y al dictado de nuestros deseos y apetencias; y siempre, por supuesto, considerando que nos merecemos mucho más de lo que tenemos. ¡Derecho a soñar!, diría un sensiblero. Y, empachados de sueños y sensiblerías, malogramos nuestras vidas.
Creo que no hay ningún daño comparable al que ocasiona este quimérico 'derecho a la búsqueda de la felicidad', que es el disfraz engatusador bajo el que se oculta -llenándonos la cabeza de pájaros- la condena perpetua a la infelicidad.
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