viernes, 17 de octubre de 2014

La cultura muerta del capitalismo

La cultura de la inclusión y la exclusión

Hoy cultura es sinónimo de inclusión-­exclusión. Debemos estar incluídos culturalmente en las prácticas de la globalización para quedar finalmente excluídos en las prácticas económicas de la misma. La cultura así se ha vuelto una cultura muerta: debemos vivir en sociedad para morir en soledad, pues la depresión y la angustia se lloran individualmente, al tiempo que los problemas sociales son tratados como cuestiones individuales, por ello existen siempre sin resolverse. Nacemos muertos por cuanto nuestra vitalidad y potencial ya han sido succionados antes de haber nacido. El capitalismo ya ha programado y reprogramado nuestras vidas incluso antes de nacer. Nuestro rendimiento ya ha sido calculado, por cuanto a los ojos de un presupuesto a corto y mediano plazo, ya hemos rendido todo, nuestra fuerza y función en el sistema de producción ya han sido estipuladas, en consecuencia: hemos nacido muertos. Nuestra subjetividad ya ha sido construída de antemano sin nuestra voluntad e intervención, por tanto, desde lo subjetivo ya estamos también muertos. Obtenemos nuestra personalidad seleccionando las opciones que nos ofrece el sistema, aquellas que más nos agradan, y es por ello que creemos ser ''libres''. Pero a su vez estamos psicológicamente invadidos por mensajes que nos llevan a elegir las opciones más rentables para el sistema de producción al tiempo que las creemos opciones ''libres''. Y todos quedan satisfechos. La inclusión en la pseudo­cultura es la práctica de homogeneizar las individualidades al tiempo que parece reforzarlas. Es la creación atroz de iguales deseos para todos manteniendo a su vez los propios deseos de uno. Esa homogeneización intenta crear un discurso de igualdad social ante los ojos de la masa, pero nada más opuesto a la verdad. La tradición estancó nuestras mentes, y fuimos inyectados con una píldora pro­sistema y nueva cultura global, siendo así revitalizados. Fue ese impulso a continuar la vida (la globalización es una fuerza que tarde o temprano debía darse en la historia, para inyectar dinamismo a la sociedad tradicional que se estaba estancando) rompiendo los dogmas pasados lo que nos ha llevado en parte a aceptar esa nueva cultura por más que mine nuestra vitalidad día a día. Hemos sido preparados psíquicamente para darle una aceptación moral e idolatrada al que nos permitió seguir vivos aunque solo lo haya hecho con motivo de matarnos de otra forma.

Hemos quedado excluídos hasta de nosotros mismos, necesitando de nuevos mecanismos de auto­análisis que nos permitan comprender nuestra realidad, que nos permitan entendernos a sí mismos. He aquí que toda una gama de profesionales han aparecido para dar ayuda solo con motivo de no morir antes de haber dado toda nuestra capacidad productiva. El desenvolvimiento del capitalismo trae consigo el desarrollo de problemas y desórdenes mentales (debido al estrés del trabajo, la presión por satisfacer nuestras necesidades básicas, etc.) lo que conlleva como consecuenca la creación de más psicólógos en las más diversas ramas. La sociedad capitalista es la sociedad de los psicólogos. Debido a la enorme cantidad de problemas que nos provoca el estar inmersos en una cultura muerta en la que luchamos a diario por seguir vivos, un auge de ''pastores de la mente'' se hace necesario e indispensable. Podemos ver cómo la práctica de la confesión del catolicismo se ha trasladado a otro ámbito: del sacerdote al psicólogo. Esto nos muestra que se efectúan cambios en las prácticas pero el concepto de práctica no desaparece. La familia cambia pero la familia en sí no desaparece. Las instituciones mutan pero siguen existiendo de alguna forma en la sociedad que las creó o recibió por influencia externa. Así como cuando hablamos de crisis de representación pero no ponemos en tela de juicio la teoría de la representacion en sí.

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