miércoles, 26 de noviembre de 2014

Contra el sentido común


Apelamos demasiado al sentido común como si este fuese una ciencia exacta o una fuente neutra de conocimiento, como si su uso nos permitiera descifrar los enigmas de la vida diaria. Voltaire afirmaba que el sentido común no es nada común. Para nuestra desgracia no cabe afirmación más falsa ya que, por una parte, no se le puede definir como sentido y por la otra, sí es demasiado común. En esta segunda aseveración radica buena parte de su inmerecido prestigio: (casi) todo el mundo tiende a creer que son el resto quienes carecen de esta ‘cualidad’. Ocurre como con la inteligencia, debe de estar bien repartida porque nadie se queja de la suya.

Lo que llamamos sentido común ha crecido alimentándose de creencias que parecen evidentes. Es, en el mejor de los casos, un manual de supervivencia, en el peor, un refugio para los cobardes, la coartada para autoimponerse pautas de comportamiento dócil. Sirve para sobrevivir, pero en modo alguno para cuestionar los paradigmas de cada modelo social. Por sentido común la Tierra es plana, Copérnico o Galileo supieron las consecuencias de rebatirlo. La Ilustración, a pesar de la cita de Voltaire antes referida, tuvo que abrirse paso frente al sentido común de la época. Sirve, también, para homogeneizar actitudes, para frenar el ímpetu de los disidentes, para ridiculizar públicamente las maneras diferentes de entender el mundo. 

El uso del sentido común evita críticas de la masa, enfrentarse a él nos permite avanzar a todos y se lo debemos a unos pocos.

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