jueves, 25 de diciembre de 2014

La abstracción del hacer en trabajo es la externalización de nuestro poder-hacer y la creación del ciudadano, la política y el Estado


La abstracción es un desplazamiento, una extracción, un despojo. Todo eso y algo aún más terrible: la abstracción es una entrega.
Hago un pastel para mí y mis amigos. Parte del placer de hacerlo es la sensación de mi poder. Me doy cuenta de que soy capaz de hacer un pastel delicioso, y que tengo el poder de hacer algo que disfruto. En la siguiente ocasión, llamo a mis amigos y hacemos pasteles juntos nuevamente nos deleitamos en nuestras capacidades, en nuestro poder-hacer. Percibimos nuestro poder como un verbo, como un ser-capaces-de. Entonces, decido hacer pasteles para venderlos en el mercado. Después de un tiempo me doy cuenta de que para vivir necesito producir en determinada forma y a un determinado ritmo. El mercado evalúa mi preparación de pasteles y esa evaluación repercute sobre mi actividad. Mi hacer, se ha transformado en trabajo y al mismo tiempo mi poder-hacer se ha transformado en otra cosa: en poder impersonal sobre nosotros. Ya no ejercemos más el poder sobre nuestra propia actividad. Hemos externalizado nuestro propio poder y, al hacerlo, hemos convertido nuestro poder-hacer en su opuesto: el poder sobre nosotros.

Decido entonces que no venderé mis pasteles al mercado de modo directo, sino que venderé mi capacidad de hacer pasteles, mi poder de cocinar a una gran pastelería, y a cambio recibiré un salario. Esta vez no es el mercado, sino mi empleador quien evalúa mi trabajo e impone ritmos que él considera necesarios para que se puedan vender los pasteles en el mercado. El poder-sobre tiene una cara personal,  pero el capitalista es sencillamente la personificación de fuerzas impersonales  que él no controla. Otra vez hemos exteriorizado nuestro propio poder en un poder-sobre nosotros.

Después de un tiempo olvidamos el placer del hacer creativo. Hasta olvidamos que nuestro poder-hacer es la sustancia del poder-sobre, que el poder-sobre del capital depende totalmente de nuestro poder-hacer, o sea que somos nosotros quienes creamos el poder que se ejercita sobre nosotros. Nuestro poder-hacer se vuelve invisible, el poder se convierte en sustantivo, sinónimo del poder del poderoso, el poder del capital, el poder del sistema.
La exteriorización repetida y múltiple de nuestro poder –y por lo tanto de la metamorfosis del poder-hacer en el poder-sobre- crea la telaraña compleja de cohesión social: las relaciones sociales capitalistas. Esta red de cohesión social es producida y reproducida por la miríada de procesos de abstracción de nuestro hacer, la exteriorización de nuestro poder-hacer, y pasa a constituir una compleja estructura de poder-sobre, una telaraña de obligaciones, compulsiones y dominación. Ésta es la sociedad capitalista, que se planta contra nosotros, la cohesión o la síntesis social que se burla de nuestros intentos de hacer otra cosa, nos  dice que nuestras grietas son la grietas de la locura.

La frustración de nuestro hacer es un antagonismo de clase, un antagonismo entre quienes son creados por-y se benefician del- trabajo abstracto y quienes están forzado a cumplir el trabajo abstracto. La exteriorización de nuestro poder adquiere una dimensión adicional. El poder-sobre, ese monstruo creado por la metamorfosis de nuestro poder-hacer se duplica. Llega a existir en dos formas distintivas: la económica y la política. Con el tiempo se desarrolla una instancia separada de la sociedad que procura asegurar el orden social necesario para el dominio del trabajo abstracto. Esta instancia es el Estado.

Esto no siempre fue así, otro tiempo, en  en la sociedad feudal La dominación era directa y personal y abiertamente jerárquica. Pero con el tiempo los siervos subordinados como comunidad a su señor, se transformaron en individuos, vendedores de mercancías y, en especial, proveedores de la mercancía central: la fuerza de trabajo. Como vendedores individuales de mercancías, necesariamente gozaban de derechos iguales, derechos como propietarios iguales, sin los cuales hubiera sido imposible el contrato de intercambio. Se transformaron en sujetos legales. Se convirtieron – a través de un proceso de luchas- en ciudadanos iguales gozando de derechos iguales. Ésta es una igualdad formal, abstracta, que no nos dice nada de su situación real en la vida. La ciudadanía es una abstracción, la consolidación de la individualidad abstracta intrínseca en la abstracción del hacer en trabajo. La constitución del Estado es, al mismo tiempo, la constitución de lo económico y lo político como esferas separadas. A partir de esta separación, la abstracción del  hacer en trabajo, es decir, la transformación de nuestro ser-capaces-de en un poder-sobre nosotros, desaparece de la vista.

Lo político atrae nuestro fuego, distrae nuestra atención de la cuestión fundamental de nuestro poder-hacer. Se nos dice que si queremos cambiar la sociedad debemos concentrarnos en ganar el control del Estado. Esto no es cierto. El determinante real de la sociedad está oculto detrás del Estado y de la economía: es la forma en que se organiza nuestra actividad cotidiana, la subordinación de nuestro hacer a los dictados del trabajo abstracto, o sea, del valor, del dinero, de la ganancia. Es esta la abstracción después de todo, se erige como la base misma de la existencia del Estado. Si queremos cambiar la sociedad debemos dejar de subordinar nuestra actividad al trabajo abstracto, hacer otra cosa.

El Estado no es una fuerza exterior sino una fuerza exteriorizada. Creamos el Estado exteriorizando nuestro poder: su poder sobre nosotros es la transformación de nuestro poder-hacer. La crítica del Estado, entonces, es la crírica de la exteriorización de nuestro poder, de nuestra constante creación y recreación del Estado como una autoridad que se sitúa por fuera de nosotros, y de la política como una esfera distintiva separada de nuestras vidas cotidianas, de nuestro hacer, comer y amar.

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