“Esta es la cosa más tonta que hayamos hecho jamás. La Bomba
nunca funcionará, y lo digo como experto en explosivos”
Almirante Willian D. Leahy, hablando de la bomba atómica, en
1945.
¿Que es un argumento de autoridad?
El argumento de autoridad es sostener una conclusión
basándose únicamente en el prestigio de la persona que la enuncia. Todos lo
hemos oído alguna vez. De hecho, lo escuchamos constantemente. “Según la
opinión de los expertos...”, arranca la presentadora del telediario. Y acto seguido
suelta una sandez:
“... Irak ya es una democracia plural y soberana”
“... la crisis
económica de España finalizará el año próximo”
“... la
Justicia española goza de total imparcialidad, y apenas sufre retrasos”
Y a cualquiera que intentase convencerle de cualquiera las
tres ideas anteriores, usted le pediría, como mínimo, unos muy buenos
argumentos. Sin embargo, cuando lo dice un experto, el argumento suele quedar
reducido a eso mismo: a que lo dice un experto.
Y lo peor es que hay gente que lo acepta...
Además, cabe añadir que el argumento de autoridad tiene otra
cara de la moneda, y es descartar una idea, simplemente, por que la sostiene
alguien que nos genera antipatía o desconfianza. Y, en mi opinión, tan
equivocado es darle la razón una persona por ser quien es, que negárselo por la
misma razón.
Y dicho así, en abstracto, todos estaríamos de acuerdo. Lo
que ocurre es que, una vez comienzas a debatir algo, el argumento de autoridad
resulta muy seductor, muy cómodo. Exclamas: “Esto es así porque lo dice fulano
de tal, que es experto en la materia”, y ya no necesitas desarrollar argumentos
ni razonar tus ideas.
Muy cómodo, realmente.
El átomo primigenio
“No se preocupen. No habrá ningún huracán”
Michael Fish, meteorólogo británico de la BBC, en 1987,
horas antes de que un huracán arrasase Inglaterra dejando tras de sí 19
muertos.
En los años treinta estalló, en el ámbito científico, un
enconado debate: por un lado estaban los físicos que proponían que el Universo
era eterno y estable, sin principio ni final. Y entre los defensores del
“Estado Estable” estaba Albert Einstein, que por entonces ya era el científico
más famoso de todos los tiempos.
En el polo opuesto estaban los defensores de la teoría del
átomo primigenio, que sostenían que el Universo sí había tenido un principio;
en concreto, que había nacido de un solo punto de densidad y calor inimaginable
– punto al que se bautizó como “átomo primigenio”- que había estallado en un
momento dado, por razones desconocidas, y su materia se había expandido hasta
formar el Universo actual. Universo que, además, continuaba expandiéndose.
Sobra decir que era mucho más fácil defender la primera
teoría que la segunda, máxime cuando la primera venía avalada por el mismísimo
Einstein.
Con todo, lo peor era que el científico que había enunciado
la teoría del átomo primigenio era un completo desconocido que respondía al
nombre de George Lemaitre, y era... sacerdote católico.
Por supuesto, las burlas y las acusaciones de proselitismo
no se hicieron esperar. La comunidad científica nunca había olvidado, ni
perdonado, los muchos errores pasados de la Iglesia Católica, y George Lemaitre
se convirtió en una diana perfecta. Era demasiado fácil acusarle de estar
intentando llevar el génesis a la ciencia, demasiado fácil mirar su alzacuellos
e ignorar sus matemáticas.
Con todo, uno de los que se molesto en estudiar seriamente
el trabajo de Lemaitre fue Albert Einstein, en busca de los muchos errores que
sin duda debía contener. Al no hallar ninguno se limitó a decirle al interesado
que “ sus matemáticas son correctas, pero su conclusión es horrible”.
Otros científicos, como el brillante matemático y físico
Fred Hoyle, ni siquiera se molestaron en examinar la teoría del sacerdote. De
hecho, el Dr. Hoyle se inventó un nombre peyorativo para burlarse de ella: la
denominó “La teoría del Gran BUM” (en inglés, “The Big Bang Theory”).
Sin embargo, el padre Lemaitre perseveró en la defensa de su
idea, aún bajo el aluvión de críticas. Y conforme transcurrían las décadas
comenzó a ocurrir algo curioso: todos los descubrimientos de la astrofísica
iban confirmando, punto por punto, la teoría del átomo primigenio. Finalmente,
en 1965 un radiotelescopio captó una estática persistente que resultó ser el
remanente del mismísimo Big Bang, el eco del nacimiento del Universo. Y el
debate llegó a su fin.
Un año más tarde, en 1966, George Lemaitre abandonó este
mundo sabiendo que su teoría del átomo primigenio había sido bendecida por la
ciencia.
Las paredes
La historia del padre George Lemaitre es el mejor alegato
que conozco en favor de juzgar las ideas no por quien la enuncia, ni porque no
guste o nos dejen de gustar sus conclusiones, sino por los argumentos que las
sostienen.
Así, si me encuentro con una persona que sostiene que “las
paredes más frías de una casa son las que dan al este, según los expertos”,
otra que dice “en mi tierra siempre se ha dicho que las paredes más frías son
las que dan al sur”, y una tercera que suelta una estupidez del tipo “¡es que
todas las paredes de mi casa dan al norte!”, no le daré la razón
automáticamente a la primera solo por citar a expertos. Escucharé los “porqués”
y los “cómo” tanto del primero como del segundo. Incluso me detendré a escuchar
las razones de la tercera.
Al fin y al cabo, cabe dentro de lo posible que tenga su
casa en el centro del polo sur.
Fuente: legitimistadigital.com
Fuente: legitimistadigital.com
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