Desconocemos cómo se fabrican la mayoría de los bienes que consumimos. Nos basta con saber que se dispone de automatismos y robots, o de miles de personas poco cualificadas y mal pagadas, que elaboran indefinidamente una pieza o ejecutan repetidamente una operación que se encadena con otras hasta concluir cualquiera de los objetos que se pueden comprar o utilizar.
Así, mientras que haya recursos con los que hacerlos y dinero con los que pagarlos, se van produciendo y consumiendo los objetos. Hasta que el mercado se satura de productos que son cada vez más innecesarios y menos duraderos, hasta que rebosa de bienes que después acarrean males, y de servicios que suponen una servidumbre.
Y entre los que producen y los que consumen se inventan
ocupaciones, se crean empleos y se ejecutan trabajos que no se necesitan, son
improductivos, no requieren la cantidad de tiempo y de personas que se les dedican
o no aportan ningún valor, pero que son indispensables para que el mayor número
posible de personas disponga de ingresos para poder consumir. Y se da la
paradoja de que uno tiene que trabajar para poder pagar el coche que necesita
para llegar al trabajo.
Entre tanto, hay una economía invisible, que no se
contabiliza en el PIB, pero que produce riqueza. Esta economía comprende el
trabajo no remunerado de todos aquellos que limpian, cocinan, cuidan niños o
enfermos y tantas otras labores que sostienen el funcionamiento familiar y
social. Es la economía de las amas de
casa, los jubilados, los voluntarios, y de todos aquellos que contribuyen a que
su entorno llegue a estar mejor de lo que está. Lo que todas estas personas
aportan o podrían aportar, lo que saben, hacen o tienen es un recurso valioso
que no se está contabilizando y no se está contemplando en la economía actual.
Como tampoco se están teniendo en cuenta ciertas actividades
que el consumidor realiza para poder consumir o mientras consume. Por ejemplo,
gestionar su cuenta bancaria desde Internet, recoger su mesa en un
autoservicio, montar el mueble que ha comprado en unos grandes almacenes,
servirse la gasolina y tantas otras operaciones que ahorran costes al que vende
el servicio pero le suponen un tiempo y un trabajo al consumidor, y no siempre
una factura más barata. En estos
casos, el consumidor se implica en la manufactura o la ejecución del producto
que demanda con lo que también actúa como productor. Se convierte en una
versión muy limitada de lo que Alvin Toffler llamaría un prosumidor: alguien
que se involucra en la elaboración del producto que consume y además le añade
un valor.
La figura del consumidor que también es productor resulta
muy clara en Internet, donde abundan los usuarios que, a su vez, son creadores
de contenidos. Muchas veces sin afán lucrativo, tan solo utilizando, generando
e intercambiando información; atendiendo a las propias necesidades y
solucionando las necesidades de otros a través de la red, con lo que hacen que
la red crezca a medida que se usa.
Resulta más difícil extender el concepto de prosumo a otras
actividades y ámbitos distintos de Internet, pero cabe imaginar redes de
prosumidores que intercambian recursos, trabajo o conocimientos para resolver
sus problemas o satisfacer sus inquietudes. Serían personas implicadas y
comprometidas con aquello que eligen y utilizan. Y ya empiezan a proliferar
iniciativas, como los bancos de tiempo, los intercambios de bienes y servicios
entre particulares, la financiación colectiva (crowdfunding) o el uso
compartido de locales y vehículos, que apuntan en ese sentido.
Y es muy posible que en la economía del futuro, en la que
los recursos y los empleos, tal y como los entendemos ahora, serán todavía más
escasos, el prosumo y los prosumidores adquieran mucha más relevancia de la que
ahora tienen. Es muy posible que la gente adquiera o tenga que recuperar
habilidades que la hagan menos dependiente del dinero y de los mercados.
Nos encontramos atrapados en un círculo vicioso en el que el
problema del desempleo solo se resuelve aumentando el consumo para que este
empleo se genere, y para ello se invierte dinero público del que solo se
dispone si hay más empleo y más consumo, y así sucesivamente. Pero en cada
vuelta de esta espiral se va quedando más gente en el camino, porque no se
trata solo de crear empleo sino también de que haya gente preparada para
desempeñarlo. Vivimos en la contradicción de que sobra mano de obra pero los
empleos no se cubren. Porque lo que demanda el mercado son personas que
conozcan determinadas tecnologías o tengan habilidades muy concretas, y este no
es el caso de la mayoría de los parados.
Es decir, nos encaminamos hacia un mundo muy poblado en el
que muchas de las destrezas de las que se dispone tienen poco valor en el
mercado, bien porque no se demandan, bien porque puede hacerlas una máquina o
hay muchas personas que pueden llevarlas a cabo. Y la educación que recibimos
no solo no intenta solucionar esta tendencia sino que, por el contrario, la refuerza.
Es una educación encaminada a la formación de un número reducido de
especialistas en las necesidades actuales, no en las futuras, que da como
subproducto una amplia mayoría de personas poco cualificadas.
Personas a las que se ha educado como consumidores pasivos,
a través de metodologías en las que se almacena pero no se crea, no se
construye a partir de lo que se recibe ni se le aporta ningún valor. Se nos ha
acostumbrado a asimilar aquello que nos dan, sin plantearnos que podríamos
tomar parte activa en su elaboración.
En un mundo donde, comenzando con muy pocos medios materiales, se puede levantar un imperio como los de Google o Facebook, todavía se está proporcionando una educación que está diseñada para empresas, instituciones, naciones y formas de proceder muy jerárquicas y centralizadas, en las que resulta indispensable la burocracia.
No se está formando a personas polivalentes y
flexibles, tal vez con menos conocimientos académicos pero con una alta
capacidad de aprendizaje. Ni se las está
enseñando a resolver situaciones inciertas, de manera autónoma y con recursos
limitados. No se está educando a personas que necesiten pocas cosas materiales,
pero reciban mucho de las aportaciones intangibles, como el arte, la amistad o
el placer de comprender, que son las que nos otorgan nuestra cualidad de
humanidad.
http://www.otraspoliticas.com/politica/prosumo
El artículo que se ha reproducido en esta página, sin habérselo comunicado a su autor, procede del blog Otras Políticas
ResponderEliminarhttp://www.otraspoliticas.com/politica/prosumo
Cierto, se me olvidó poner un enlace a la web fuente del articulo,
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