viernes, 7 de noviembre de 2014

La ideología de género I

Ésta es la época del declive del hombre. Siguen naciendo varones virtuosos, varones que obtienen Premios Nobel, golean en los campeonatos de fútbol, cantan rock o clonan ovejas, pero lo que de verdad cuenta, en la literatura, en el disco, en la política o en la fecundación, es que el protagonista sea mujer.

Una vez que las mujeres han logrado un estatuto de igualdad, el paso siguiente ha sido la elevación de su arquetipo a la mayor categoría. Frente a la leyenda de Protágoras, que hacía del Hombre el patrón de todas las cosas, el lema de la Posmodernidad hace a la mujer el canon de la mejor referencia. Hoy, de acuerdo con el nuevo código, los hombres aparecen como protagonistas de la violencia doméstica, la explotación y el abuso sexual de los niños, la violación y el fraude, el tráfico de drogas, las guerras y el terrorismo, hasta el punto de que, en el mundo, el 90% de los encarcelados por crímenes de sangre son varones. Hay mujeres sanguinarias, pero no tantas. Las mujeres se anuncian a sí mismas como la esperanza de un futuro mejor, del desarrollo sostenible, el cuerpo ecológico, la encarnación de la afectividad y el fin de las guerras. Complementariamente, sus estereotipos históricos (la sentimentalidad, la empatía, el gusto por los detalles, la sexualidad difusa, la mayor visión en la oscuridad) se muestran como los atributos idóneos para la política, la economía o la sociabilidad del siglo XXI.

Pasados los años, no le ha bastado a la reivindicación femenina con la victoria económica, jurídica y social del feminismo. A eso ha sucedido la apología de su sexo y, como consecuencia de su exaltación enorme, la fuerza del hombre se ha achicado. De hecho, cada vez se empeña menos en discutir las conclusiones sociobiológicas pro feministas, asume mejor las cuotas de discriminación positiva, su ignominia machista, su deber de fregar. 

En general, lo femenino es lo prometedor, mientras lo masculino se encuentra obsoleto o desgastado. Ser hombre, en fin, ha perdido popularidad pero, curiosamente, no sólo para su deterioro como "sexo fuerte", sino también para el debilitamiendo de la sexualidad. Precisamente, la paradoja del movimiento de emancipación femenino es que ha tenido demasiado éxito. Ha tenido tanto éxito que deja a lo femenino frente a la debilidad (más o menos táctica y defensiva) de lo masculino y como resultado se llega a una nueva y extraña situación: el enérgico resentimiento de las mujeres contra el "no poder" masculino (Baudrillard, 2000). Porque sin la vigencia del antiguo poder masculino la mujer, al dejar de estar alienada por el hombre, deja también de disfrutar sus "privilegios" de mujer (el encantamiento romántico, el misterio, el galanteo) y en lugar del viejo odio contra la represión aparece un nuevo odio contra la "normalización".

Desde hace años, las feministas eligieron hablar de género (cosa cultural) antes que de sexo (cosa biológica), pero ahora, con la multiplicación de papeles de diferentes colores sexuales, viene a borrarse la bisectriz hombre/mujer. Al dominio social masculino se opuso durante siglos el dominio sexual de la mujer. Pero ahora el hombre ha rebajado su perfil al mismo tiempo que la mujer ha descaracterizado el suyo. El hombre-hombre y la mujer-mujer son modelos en decadencia mientras cunde el apogeo del mix. Entre uno y otro género se han mitigado las diferencias, y con eso también parte de los misterios y embrollos de la heterosexualidad. 

El eterno femenino y el mortal masculino se deshacen y los sexos se conjugan sobre una segunda igualación del amor y la pasión. O bien de la misma manera que en el actual relativismo ético se ablandan los polos del bien y el mal y en el relativismo político la diferencia entre derecha e izquierda, en la sexualidad se amortigua la oposición.[...]


Se llegaría pues, al punto que habiendo perdido valor la bipolaridad hombre-mujer en el sentido fuerte, su desbaratamiento produciría una proliferación de piezas, como si se tratara de un aparato desmontado, "des/acoplado".[...]

Asistimos probablemente ahora a lo que Óscar Guasch (2000) llama "la crisis de la heterosexualidad" queriendo expresar, de una parte, la facilidad con que la sociedad heterosexual, antes tan escandilizada con los homosexuales, acepta la emergencia gay y, de otra, la ligereza con la que se toma hoy este asunto, antes tabú. En suma, dice Óscar Guasch, la cultura de la heterosexualidad está en crisis tras flaquear sus dogmas, pero también la subcultura gay, tras haber perdido significación, Por un lado, la sociedad parece volverse gay al reproducir la mayoría de rasgos que hasta el momento sólo se hallaban presentes en esa subcultura, y, por otro, la progresiva normalización de lo gay lleva a su institucionalización, a su absorción.

textos extraídos del Libro de Vicente Verdú "El estilo del mundo" La vida en el capitalísmo de ficción. Cap 4, Mil sexos

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