miércoles, 24 de diciembre de 2014

General Intellect, por Paolo Virno

¿Qué sostiene Marx en el Fragmento sobre las máquinas (texto extraído de los Grundrisse der Kritik de Politischen Ökonomie, 1857-1858) ? Una tesis muy poco «marxista»: el saber abstracto —el saber científico en primer lugar, pero no sólo— tiende a volverse, en virtud precisamente de su autonomía en relación a la producción, ni más ni menos que la principal fuerza productiva, relegando a una posición marginal al trabajo parcelizado y repetitivo. Se trata del saber objetivado en el capital fijo, que se ha encarnado (o mejor dicho, se ha hecho de hierro) en el sistema automático de las máquinas. Marx recurre a una imagen bastante sugestiva para designar el conjunto de los conocimientos abstractos (de «paradigmas epistemológicos », diríamos hoy), que, al mismo tiempo, constituyen el epicentro de la producción social y organizan todo el contexto de la vida: él habla de general intellect, de un «cerebro general». 

 La preeminencia tendencial del saber hace entonces que el tiempo de trabajo no sea ya más que una «base miserable»: ahora, el obrero se sitúa al lado del proceso de producción, al mismo tiempo que es su agente principal. Lo que se llama la ley del valor (el valor de una mercancía que está determinado por el tiempo de trabajo que le es incorporado), que Marx considera el arquitrabe de las relaciones sociales actuales, es sin embargo corroída y rechazada por el propio desarrollo capitalista. El capital no deja por ello, imperturbable, de «medir las gigantescas fuerzas sociales por el rasero del tiempo de trabajo» Como había pronosticado el «Fragmento», el tiempo de fatiga gastado y concedido se ha vuelto un factor productivo marginal. 

La ciencia, la información, el saber en general, la comunicación lingüística se presentan como el «pilar central» que sostiene la producción y la riqueza, estos, y no ya el tiempo de trabajo. No obstante, este tiempo, o más bien el «robo» de este tiempo continúa valiendo como parámetro eminente del desarrollo y de la riqueza sociales. También la salida de la sociedad del trabajo es el teatro de antinomias feroces y de paradojas desconcertantes. 

El tiempo de trabajo es la unidad de medida en vigor, pero ya no es la verdadera unidad. Los movimientos de los años setenta señalaron esta mentira para tratar de sacudirla y abolirla. Quisieron imponer una versión, eminentemente conflictiva, de la tendencia objetiva: reivindicando el derecho al no-trabajo, provocando una migración colectiva, fuera de la fábrica, revelando el carácter parasitario de la actividad bajo el dominio patronal. 

En el curso de los años ochenta, el sistema establecido ha prevalecido pese a su carácter falaz. El tiempo de no-trabajo, que es una riqueza potencial, se presenta en el sistema establecido como una pérdida, una penuria: paro debido tanto a las nuevas inversiones como a su ausencia; «caja de integración» de larga duración; reedición de infraestructuras productivas «primitivas» que flanquean a sectores innovadores y dinámicos; reestablecimiento de arcaísmos disciplinarios para controlar a individuos que ya no están sometidos al régimen de la fábrica.

En la época del general intellect, toda la fuerza de trabajo ocupada vive permanentemente la condición de «ejército industrial de reserva». Incluso cuando sufre horarios de equipo asesinos y se ve obligada a hacer horas extraordinarias. La descripción empírica de toda la fuerza de trabajo, incluida la que tiene más «garantías», puede hacerse con la ayuda de las categorías utilizadas por Marx para la «superpoblación» fluida (pre-jubilados, turn-over, etc…) latente (allí donde la innovación técnica interviene a intervalos cada vez más cercanos entre sí), estancada (trabajo «subterráneo», precario, etc…).

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